Una tragedia como la acaecida hace escasamente una semana, cuando la provisión de oxígeno en cilindros (“bombonas”) se agotara dejando sin dicho soporte a pacientes críticamente enfermos de los que murieron cuatro, fue la verdadera crónica de una muerte anunciada. ¿Cómo puede operar un hospital de esa magnitud y complejidad careciendo de un suministro confiable del vital oxígeno sin que la probabilidad de ocurrencia de un evento adverso no se incremente?. Más aún: ¿cómo no ver aumentado adicionalmente dicho riesgo si, además, los ascensores del hospital y el aire acondicionado de los quirófanos no funcionan o la provisión de medicamentos falla, como se ha dicho, en más del 90%?.
Pese a los notorios esfuerzos comunicacionales del Gobierno, hoy nadie duda que la tragedia de los Magallanes de Catia estaba cantada. Más temprano que tarde tendría que ocurrir algo así, como tantas veces en la historia reciente de nuestros hospitales públicos. Son muchas las causas que se mueven detrás del incremento de tan terrible probabilidad, pero creo conveniente referirme antes que nada a la más evidente de todas ellas: a la precariedad de la gerencia de los hospitales públicos de Caracas. ¿ Qué calificación profesional tienen los actuales directores de los hospitales públicos de Caracas para ocupar tales cargos?.¿Acaso basta con ser un buen cirujano o clínico para ser competentes ante las complejas exigencias inherentes a dirigir un hospital?. ¿A dónde podíamos llegar sino a esto, cuando allí cualquier improvisado devenido en “contralor social” quita y pone a su leal saber y entender en el manejo de unidades de cuidado intensivo, quirófanos y demás áreas críticas de hospitales de alto nivel?. En el caso del hospital de los Magallanes, los venezolanos tenemos la demostración más palmaria de los estragos que causa la ignorancia en estos tiempos, que no son otros que los de la sociedad del conocimiento. Ahora se apela a la factura de la “guarimba hospitalaria” como expresión de aquello contra lo que nos advirtiera en su día el gran Unamuno: de que la ignorancia suele ser audaz.
La historia de la Medicina registra la crónica de aquellos tiempos en los que con frecuencia las mujeres parturientas morían víctimas de severas infecciones contraídas en hospitales y maternidades, lo que les valió a estos el ser llamados popularmente “las casas de la muerte”. El conocimiento médico de entonces era escaso y solo tras las observaciones de otro grande, Ignaz Semmelweiss, en los hospitales y maternidades europeas aprendieron que la sencilla acción del lavado de las manos de médicos y enfermeras antes de proceder a atender cada parto era suficiente para reducir el riesgo de contagio de tales infecciones. Hoy, a siglo y medio de aquél tiempo, cuando el conocimiento médico descolla en el mundo y a cuyo brillo contribuyen –por cierto- no pocos venezolanos, duele en el alma y en el gentilicio asistir a la tragedia de los Magallanes de Catia, otrora centro de prestigio y trayectoria convertido hoy, gracias a una gerencia inepta, en una casa de la muerte.
Gustavo Villasmil Prieto